Entonces, mientras miraba aquellos cuadros sin ver nada, únicamente siendo consciente de su presencia invadiéndolo todo, viendo su figura reflejada en cada cristal de cada cuadro, representada en cada pegote de óleo, en cada cartelito al pie de cada obra, en cada cordón impidiendo un acercamiento excesivo, en cada minúsculo e infinitesimal microorganismo flotando en el aire, mientras lo sentía cerca aun sin querer saber dónde estaba, él se le acercó por detrás y paseó un solo dedo suavemente por su cuello.
Esa sensación de ese dedo recorriendo su cuello tan suavemente, pequeño tacto marcando su presencia ante todas las cosas, fue tan intensa que se sintió desfallecer y cayó al suelo.
—Son tan… Tan bonitos —fingió al recuperar la consciencia.
Y a los demás les parecía imposible que alguien pudiera desmayarse al contemplar una obra de arte.
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