LA DECRECIENTE HISTORIA DE AMOR DEL SAXOFONISTA Y LA CANTANTE DE JAZZ

Envuelta en el ambiente cargado del bar, con sus horquillitas de mariposas de colores trabadas en su crespo cabello recogido, la cantante de jazz dejaba deslizar su voz sobre los hombros de los espectadores, detrás de sus espaldas, bajo sus asientos, subiendo por sus cabellos hasta las cortinas y bajando por los brazos para llegar hasta el borde de sus copas. El saxofonista la escuchaba extasiado, apoyado en su saxo; había veces en que no deseaba que acabara nunca y no era porque no tuviera ganas de tocar sino porque aquella voz rasgada y negra le abría el corazón en dos. Sin embargo ella, mientras cantaba, lo miraba con impaciencia, deseando acabar para escuchar el corretear de sus dedos por las llaves de su saxo, perdida entre sus notas que en lugar de deslizarse brincaban con fascinante armonía sobre la melodía que ella misma había sembrado antes sobre todas las superficies.

Puede que en algún momento él empezara a impacientarse por tocar para ella; quizá fue ella quien necesitara la mirada enamorada que él solo le lanzaba cuando cantaba, pero hubo un momento en el que los dos deseaban que el otro acabara para entrar, de modo que, en lugar de escuchar la música que antes tanto habían disfrutado, únicamente la repasaban como se repasan las hojas de un libro de estudio, rápida, superficial, someramente. Después el tiempo se encargó de que la impaciencia se convirtiera en irritación y entonces fue cuando empezaron a discutir y a reclamar más tiempo para sí mismos.

A veces, ya los dos separados actuando en bandas diferentes, se detenían y, sin escuchar las notas que sus nuevos compañeros derramaban al aire, se recordaban el uno al otro con tal melancolía que la intensidad de sus interpretaciones hacía llorar al público.

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