EL PICHÓN DE ORO (desde una frase de Bulwer Lytton)

Ione depositó una bolsa a los pies de la bruja. Ella lo miró y después miró la bolsa. La lógica llevaría al lector a suponer que la bruja abriría la bolsa, pero la bruja no solo no la abrió sino que se giró y salió, dejando a Ione allí clavado, sin saber qué hacer. Hizo amago de agacharse a recogerla, incluso alargó la mano, pero no llegó a hacer nada. Los enanos lo miraban y reían, aunque por otra parte ellos siempre estaban mirando a todos y riéndose. Pensaba ya en marcharse, incluso comenzó a girar para darse la vuelta, cuando la bruja volvió con una sartén en la mano y, agarrando la bolsa bruscamente con la otra, se giró y volvió a desaparecer tras la cortina. Aunque sabía que su labor había terminado, por algún motivo se hallaba clavado en el suelo y no tenía voluntad para marcharse. “¡Vamos, vete!”, escuchó gritar desde el otro lado a la bruja entre ruidos de golpes contra el suelo. Pero a pesar de aquellos gritos, de saberse en el lugar equivocado, de conocer los poderes de la bruja y de que los enanos habían dejado de reírse para mirarlo con una extraña fascinación, no se sintió capaz de dar un solo paso. Al rato cesaron los golpes. Ione seguía en la misma postura, frente a una bolsa ausente, mirando hacia la cortina. Se hizo un inquietante silencio. Dos de los enanos salieron corriendo, gritando como si hubieran visto un horrible animal; los demás contemplaban la escena embelesados. Ione se quedó mirando fijamente hacia la cortina.

Tras unos minutos en los que nada ocurrió, por fin la bruja apareció tras la cortina. Era tan fea que no podía saberse si estaba enfadada o alegre, de modo que nadie cambió el gesto o la postura esperando a que dijera algo. Llevaba un pichón en la mano derecha y en la izquierda un afilado cuchillo. “¿Qué mierda me has traído?”, gritó a Ione de pronto. Ione la miró y después miró al pichón. “Un pichón de oro”, dijo. La bruja miró al pichón y comenzó a reír a carcajadas. Ione se acercó lentamente al pichón y lo rozó con el dedo. De su ano brotó, deslizándose, un huevo que cayó al suelo. Era un huevo de oro.

“¡Mierda, pero si lo acabo de matar a golpes!”, gritó la bruja soltando al pichón para agacharse a recoger el huevo de oro. Antes de llegar al suelo el pichón despertó, se sacudió evitando la caída y huyó revoloteando por la ventana. Ione sonreía.

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